lunes, 18 de mayo de 2009

Las páginas dobladas

Miró por la ventana de su habitación y vio pasar a los basureros dejando tras de sí el ruido de la máquina y los engranajes, los desperdicios del edificio que eran engullidos por el camión, el silencio que dejaba al alejarse, un grupo de adolescentes que gesticulaban y reían, las luces irreales de las farolas de la madrugada, otro día que era como todos los días y otra noche que era como todas las noches. Roberto de Melania decidió asomarse a los anaqueles de su estantería y cogió un libro al azar. Sopló con solemnidad como si se tratara de uno de esos libros de película de fantasía que llevan siglos acumulando polvo, de esos que no tienen editorial, ni depósito legal, ni ISBN. Todos los libros tenían las páginas marcadas con alguna cita, párrafo o máxima que alguna vez le hubieran llamado la atención. No tenía trabajo y cuando alguna vez le preguntaban a qué se dedicaba él respondía lacónico, soy poeta -si es que se puede ser poeta hoy en día- como aquel Oliverio de la película de Subiela y la gente, sus amigos, acabaron por llamarlo simplemente El Poeta. El caso es que el Poeta miró el título del libro, El hombre que fue jueves del inglés Gilbert K. Chesterton y buscó

-Óiganme ustedes -exclamó Syme con énfasis desusado-. ¿Quieren ustedes que les diga el secreto del mundo? Pues el secreto del mundo está en que sólo vemos las espaldas del mundo. Sólo lo vemos por detrás, por eso parece brutal. Eso no es un árbol; aquello no es una nube, sino las espaldas de una nube. ¿No ven ustedes que todo está como volviéndose a otra parte y escondiendo la cara? ¡Si pudieramos salirle al mundo por enfrente...!

Seguro que no es lo mejor del libro, pensó el Poeta, que no recordaba por qué marcó esa página, y si Syme se encontraba con esos ánimos sería porque el Domingo estaba cerca. Dicen que Chesterton fue un dibujante cómico que ilustró libros de Monkhouse, Clerihew o Hilaire Belloc, orador insigne, gastrónomo famoso, crítico de arte, antivegetariano y partidario de la buena cerveza, antisufragista, liberal y humano sin ser "humanitarista". También era poeta y amante del buen caldo -metáfora tan periodística-: No me importa donde vaya el agua,/siempre que no vaya hacia el vino y contaba con enemigos de talla gladiatoria, como Julius West o Bernard Shaw, del que dirá, La mayoria acostumbra a decir que está de acuerdo con Bernard Shaw, o que no lo entiende. Yo soy el único que lo entiende, y no estoy de acuerdo con él".
El poeta no estaba de acuerdo con él -obviando el tema de la cerveza y del vino- pero sonriendo ante la tapa del libro sintió una profunda admiración y respeto. Fuera no se escuchaba ni el ladrar de los perros, recurso tan típico para acabar una corta historia que trata sobre la literatura y la noche.

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