(Largo Silencio. BULGÁKOV no replica.)
BULGÁKOVA.- Ya, ya sé que todos parecen haber cambiado, que éste ya no es el país en el que nacimos, pero aquí, en esta casa… Ocurra lo que ocurra ahí fuera, nosotros, tú y yo, podemos ser felices aquí, juntos.
(Largo silencio. BULGÁKOV no replica.)
BULGÁKOVA.- Lo importante es que estemos juntos. Donde sea, Mijaíl, donde tú quieras, con tal de que estemos juntos.
(Lo toca con amor. Él besa las manos de ella.)
BULGÁKOV.- “Firmado: Mijaíl Bulgákov. Moscú, julio de 1929”.
(Pausa.)
BULGÁKOVA.- ¿A quién se la diriges?
BULGÁKOV.- A Stalin
Stalin. Aquel Iosif Visarionovich que llevó a muchos intelectuales al suicidio y a la locura en un Moscú donde Voland pudo campar a sus anchas, el mismo Voland que se le aparecía al Poeta junto con el gato y Koróviev acomodándose a sus laterales.
-¿Qué haces, Roberto? –preguntó Voland.
- Nada, miro el río –contestó el Poeta.
- ¿Y qué ves? –inquirió el gato que se puso ante él en sus dos patas traseras.
- No sé, pienso en las criaturas extrañas que debe haber bajo el agua en estas horas de la noche y que mañana se irán con los primeros rayos del alba, quizás zombis acuáticos, peces radioactivos que no se dejan pescar durante el día, en que si me metiera allí nunca saldría vivo… en ella, tal vez.
-Ella –repitió Voland.
-Sí, ella.
El teléfono móvil apareció delante del Poeta con su nombre y su número.
-Llama y será tuya –dijo Voland.
Los tres miraron al Poeta que sintió miedo por primera vez ante aquella aparición. No podía ser otro Fausto, ni aún después de todo lo que había pasado en los últimos meses quería serlo, no.
-No –gritó mientras los demonios desaparecían, mirándole de frente, escondiendo su cuerpo en el agua negra del Manzanares.
Llegó tambaleándose a casa. Puso un disco de Chet Baker y dejó que los pétalos de amapola le fueran cubriendo la frente. Mañana sería otro día de resaca para continuar echando currículums, buscar algo que le permitiera pagar el alquiler cuando el sol de avispas de finales de mayo se colara al mediodía por las rajitas estrechas de su ventana.