martes, 26 de mayo de 2009

Voland en el Manzanares

Las aguas negras a las dos de la madrugada tienen un aire espectral aunque la luz de las farolas reverbere en la corriente. Para el Poeta aquella luz no ahuyentaba los fantasmas, más bien eran acrecentados por ese ulular que era, aún más si cabe, potenciado por los neones y el reflejo eterno de la luna; el mismo río este río, pero tan distinto ahora que lo mira borracho tras el ámbar de una botella de ron. ¿Por qué no transmutar el Manzares en el mar que nunca tuvo Madrid?, ¿quién le impide a Roberto no pensar que hay algún chiringuito a pocos metros de donde está tirado? Total, tiene el Manzanares cerca de casa, puede dar un paseo en las noches de insomnio después de cansarse de leer la prensa del día y algunas críticas de cine. Ayer tropezó con Cartas de amor a Stalin, fotocopiado y echado en una pila de apuntes sobre el suelo y recordó que no hace mucho a Juan Mayorga le otorgaron el Premio Max de Artes Escénicas al mejor autor teatral en castellano. Un matemático y filósofo que se dedicó al ‘tremendo’ arte de escribir teatro. Recordó también que llegó a él como por casualidad cuando leyó hace unos años El maestro y Margarita de Mijaíl Bulgákov después de tanta literatura latinoamericana. Abrió los folios arrugados de la obra de Mayorga,

(Largo Silencio. BULGÁKOV no replica.)
BULGÁKOVA.- Ya, ya sé que todos parecen haber cambiado, que éste ya no es el país en el que nacimos, pero aquí, en esta casa… Ocurra lo que ocurra ahí fuera, nosotros, tú y yo, podemos ser felices aquí, juntos.
(Largo silencio. BULGÁKOV no replica.)
BULGÁKOVA.- Lo importante es que estemos juntos. Donde sea, Mijaíl, donde tú quieras, con tal de que estemos juntos.
(Lo toca con amor. Él besa las manos de ella.)
BULGÁKOV.- “Firmado: Mijaíl Bulgákov. Moscú, julio de 1929”.
(Pausa.)
BULGÁKOVA.- ¿A quién se la diriges?
BULGÁKOV.- A Stalin


Stalin. Aquel Iosif Visarionovich que llevó a muchos intelectuales al suicidio y a la locura en un Moscú donde Voland pudo campar a sus anchas, el mismo Voland que se le aparecía al Poeta junto con el gato y Koróviev acomodándose a sus laterales.
-¿Qué haces, Roberto? –preguntó Voland.
- Nada, miro el río –contestó el Poeta.
- ¿Y qué ves? –inquirió el gato que se puso ante él en sus dos patas traseras.
- No sé, pienso en las criaturas extrañas que debe haber bajo el agua en estas horas de la noche y que mañana se irán con los primeros rayos del alba, quizás zombis acuáticos, peces radioactivos que no se dejan pescar durante el día, en que si me metiera allí nunca saldría vivo… en ella, tal vez.
-Ella –repitió Voland.
-Sí, ella.
El teléfono móvil apareció delante del Poeta con su nombre y su número.
-Llama y será tuya –dijo Voland.
Los tres miraron al Poeta que sintió miedo por primera vez ante aquella aparición. No podía ser otro Fausto, ni aún después de todo lo que había pasado en los últimos meses quería serlo, no.
-No –gritó mientras los demonios desaparecían, mirándole de frente, escondiendo su cuerpo en el agua negra del Manzanares.
Llegó tambaleándose a casa. Puso un disco de Chet Baker y dejó que los pétalos de amapola le fueran cubriendo la frente. Mañana sería otro día de resaca para continuar echando currículums, buscar algo que le permitiera pagar el alquiler cuando el sol de avispas de finales de mayo se colara al mediodía por las rajitas estrechas de su ventana.

martes, 19 de mayo de 2009

Benedetti tutti

El Poeta leyó esta mañana la muerte del Poeta, el otro que lleva mayúsculas, y también la sintió. Ahora sí se queda la poesía trunca, aquella que tanto le debe a este uruguayo universal, aquella que tanto se enriqueció, que tanto amó lo que de ella misma decía, a la que le ofreció todo sin pedir nada a cambio, la que se queda tan huérfana, tan sola, tan desolada y que nunca le pidió explicaciones políticas, ni dónde has estado o con quién o qué horas son estas de llegar a casa. La poesía, la única y universal poesía, la de todos y cada uno hoy está de luto, y no se repondrá en mucho tiempo. El poeta había leido a Benedetti con 17 años, y desde entonces lo quiso imitar y lo ha imitado sin duda, y encuentra intertextos que lo evocan y evocándolo escribió artículos que entrecomillan sus versos. Alguna vez le recitó a una chica el archiconocido mi táctica es mirarte aprender como sos y porque eres mía porque no eres mía porque te miro y muero, no te salves, no te salves, podés contar conmigo, las mujeres que tienen los pies bonitos saben vagabundear por la tristeza a ti, que tenías lo pies más lindos del mundo, porque nunca recitó tantos versos como aquellos que escribieras antes de que la muerte, esa vulgar hija de puta que cree que los seres alados se deben al mundo terrestre, por eso el Poeta se sintió y se siente bendecido por ti, Mario, y todos, bendecidos, buscan páginas dobladas. El Poeta lo tenía claro: abrió una lata de cerveza y buscó entre el amor, las mujeres y la vida; aquello que tanto le gustó al maestro

Los Formales y el Frío

Quién iba a prever que el amor ese informal
se dedicara a ellos tan formales

mientras almorzaban por primera vez
ella muy lenta y él no tanto
y hablaban con sospechosa objetividad
de grandes temas en dos volúmenes
su sonrisa la de ella
era como un augurio o una fábula
su mirada la de él tomaba nota
de cómo eran sus ojos los de ella
pero sus palabras las de él
no se enteraban de esa dulce encuesta

como siempre o casi siempre
la política condujo a la cultura
así que por la noche concurrieron al teatro
sin tocarse una uña o un ojal
ni siquiera una hebilla o una manga
y como a la salida hacía bastante frío
y ella no tenía medias
sólo sandalias por las que asomaban
unos dedos muy blancos e indefensos
fue preciso meterse en un boliche

y ya que el mozo demoraba tanto
ellos optaron por la confidencia
extra seca y sin hielo por favor

cuando llegaron a su casa la de ella
ya el frío estaba en sus labios los de él
de modo que ella fábula y augurio
le dio refugio y café instantáneos

una hora apenas de biografía y nostalgias
hasta que al fin sobrevino un silencio
como se sabe en estos casos es bravo
decir algo que realmente no sobre

él probó sólo falta que me quede a dormir
y ella probó por qué no te quedás
y él no me lo digas dos veces
y ella bueno por qué no te quedás

de manera que él se quedó en principio
a besar sin usura sus pies frío los de ella
después ella besó sus labios los de él
que a esa altura ya no estaban tan frío
y sucesivamente así
mientras los grandes temas
dormían el sueño que ellos no durmieron


Cerró el libro con una caricia que le subía por la nuca y fumó, y entre las volutas del humo sintió que algo le faltaba, algo que hacía mucho tiempo sabía suyo pero que ahora quedaba tan desamparado como uno de esos niños que lloran perdidos con una gran piruleta en la mano, clamando con los brazos abiertos la llegada del padre, mientras en el estadio los espectadores gritan el gol de su jugador favorito.

lunes, 18 de mayo de 2009

Las páginas dobladas

Miró por la ventana de su habitación y vio pasar a los basureros dejando tras de sí el ruido de la máquina y los engranajes, los desperdicios del edificio que eran engullidos por el camión, el silencio que dejaba al alejarse, un grupo de adolescentes que gesticulaban y reían, las luces irreales de las farolas de la madrugada, otro día que era como todos los días y otra noche que era como todas las noches. Roberto de Melania decidió asomarse a los anaqueles de su estantería y cogió un libro al azar. Sopló con solemnidad como si se tratara de uno de esos libros de película de fantasía que llevan siglos acumulando polvo, de esos que no tienen editorial, ni depósito legal, ni ISBN. Todos los libros tenían las páginas marcadas con alguna cita, párrafo o máxima que alguna vez le hubieran llamado la atención. No tenía trabajo y cuando alguna vez le preguntaban a qué se dedicaba él respondía lacónico, soy poeta -si es que se puede ser poeta hoy en día- como aquel Oliverio de la película de Subiela y la gente, sus amigos, acabaron por llamarlo simplemente El Poeta. El caso es que el Poeta miró el título del libro, El hombre que fue jueves del inglés Gilbert K. Chesterton y buscó

-Óiganme ustedes -exclamó Syme con énfasis desusado-. ¿Quieren ustedes que les diga el secreto del mundo? Pues el secreto del mundo está en que sólo vemos las espaldas del mundo. Sólo lo vemos por detrás, por eso parece brutal. Eso no es un árbol; aquello no es una nube, sino las espaldas de una nube. ¿No ven ustedes que todo está como volviéndose a otra parte y escondiendo la cara? ¡Si pudieramos salirle al mundo por enfrente...!

Seguro que no es lo mejor del libro, pensó el Poeta, que no recordaba por qué marcó esa página, y si Syme se encontraba con esos ánimos sería porque el Domingo estaba cerca. Dicen que Chesterton fue un dibujante cómico que ilustró libros de Monkhouse, Clerihew o Hilaire Belloc, orador insigne, gastrónomo famoso, crítico de arte, antivegetariano y partidario de la buena cerveza, antisufragista, liberal y humano sin ser "humanitarista". También era poeta y amante del buen caldo -metáfora tan periodística-: No me importa donde vaya el agua,/siempre que no vaya hacia el vino y contaba con enemigos de talla gladiatoria, como Julius West o Bernard Shaw, del que dirá, La mayoria acostumbra a decir que está de acuerdo con Bernard Shaw, o que no lo entiende. Yo soy el único que lo entiende, y no estoy de acuerdo con él".
El poeta no estaba de acuerdo con él -obviando el tema de la cerveza y del vino- pero sonriendo ante la tapa del libro sintió una profunda admiración y respeto. Fuera no se escuchaba ni el ladrar de los perros, recurso tan típico para acabar una corta historia que trata sobre la literatura y la noche.