miércoles, 24 de junio de 2009

Del coloquio entre Nicanor y Federico y la extraña y fabulosa historia del quiltro Candado / Linea 10

Cuando puso los pies fuera del portal tuvo que entrecerrar los ojos, vaya día de mierda, pensó, y es que los días excesivamente soleados nunca le gustaron demasiado al Poeta y mucho menos cuando la temperatura alcanzaba los 34 grados, pero avanzó por la calle con la sensación de caminar en un desierto irreal, en un plató de ciencia ficción en el que los calefactores hicieran reverberar el aire. Sintió náuseas y entro en el primer chino que se asomaba a su derecha; era la una del mediodía y tenía hambre y sed. Compró un paquete de salchichas y una lata de cerveza. Con los dientes rompió el envoltorio y una salchicha cayó al suelo,
-Agárrala po, weón.
Un perro lanzó el hocico pero el Poeta fue más rápido y en la maniobra de captura de la salchicha se desparramaron algunas gotas de cerveza que perlaron la frente del animal. El perro sacudió la cabeza. El Poeta le sonrió mientras soplaba los restos de pelos y pelusas y daba buena cuenta de ella en un gesto de deleite que más bien consideraremos de impostura y de burla que de simple apetito. El Poeta siguió su camino hacia la parada de Príncipe Pío, seguido de los dos perros que cuchicheaban entre sí a pocos pasos de él.
-Sí que es raro este conchesumadre –dijo Nicanor.
-En efecto, amigo mío, cada día lo veo cruzar este mismo camino absorto en sus pensamientos –respondió Federico.
-Qué mal tendrá.
-¿Desidia?, ¿aburrimiento? Quién sabe.
Los perros continuaron su marcha mientras el Poeta se internaba en el metro rebuscando entre los papeles que guardaba en la mochila.
-¿Te conté alguna vez la historia del quiltro Candado? –dijo de repente Nicanor mientras miraba a Federico a los ojos-. Pasó en algún lugar del norte de Chile y me la contaron como verdadera.
-¿Quiltro?
-Acá lo llaman chucho.
-No recuerdo ninguna historia sobre un perro chileno. No sueles hablar de Chile –contestó Federico mirando hacia otro lado.
-Prefiero no hablar de allá. Quizás algún día te cuente sobre La Serena, que es donde nací y el porqué abandoné Chile.
-Cuando lo consideres oportuno.
-No te preocupí, ya lo superé, pero te cuento la historia de Candado nomás.
-Estoy ansioso –mintió Federico.
-Candado, como te dije, nació en algún lugar de las playas del norte, no recuerdo bien, creo que en la Tercera Región, puede que hasta en Copiapó y de él no se supo mucho, era un quiltro como otro cualquiera que merodeaba por las calles mendigando algún plato de sobras…
-¿Me vas a contar la historia de un chucho chileno, Nicanor?
- …El caso es, como digo, que era un perro normal, más bien chiquito, que recorría las calles sin hacer mal, de familia callejera, siempre cubierto de polvo y parásitos, sin dueño ni casa que cuidar. Hasta acá todo normal, pero una mañana tres boxers se cruzaron ante él y le hicieron barrera, el cabro, como es lógico miró en todas direcciones asustado, un pendejo y tres conchesumadre que podrían matar a una vaca, ¿cachai?
-Sí cacho, sí –sonrió Federico.
-Los tres le atacaron. Los tres probaron su sangre, los tres le mordieron en cuello, estómago, patas, supongo que hasta en la cola y lo dejaron moribundo en mitad de cualquier barrio de Copiapó -si es que fue Copiapó, para el caso da lo mismo-. Le sacaron la mierda estos culiaos, puta que si se la sacaron.
-Nicanor te agradecería que me hablases en román paladino.
-¿Pero no me entendí, weón? Creo que los dos hablamos castellano.
-Sí, venga, sigue.
-Un anciano que pasaba por allá lo vio moribundo en el suelo, sin apenas respirar y cavó un hoyo en el suelo. Lo tiró dentro. Candado tenía la lengua fuera, estaba cubierto de sangre, pero aún latía débilmente su corazón; así que el anciano sintió pena y no lo tapó. Dejó el montón de tierra a un lado de su tumba y se fue secándose con un pañuelo las gotas de lluvia que caían. Imagínate, el cielo gris, las nubes deshilachadas, la lluvia, quizás algún rayo iluminándolo todo y Candado moribundo en su hoyo.
-Serie B, sí: el ruido del viento, sonido de búhos, campanas a lo lejos, un aullido de lobo, órgano de catedral, trueno, no, el aullido de lobo al final conjugándose con el órgano.
-Déjate de webás, Federico. Te dije que esto es real, no es literatura, psss, calla, déjame hablar. Tres días más tarde Candado, que guardaba una chispa de vida en su corazón, se deslizó moribundo por la carretera hasta la puerta de una casa cercana y apoyó su cabeza sobre el escalón de entrada, pero lo más curioso es que esa casa, esa puerta, era la misma de aquel viejito que se apiadó de él tres días atrás cuando lo vio apenas sin vida en la calle, ¿cachai?
-Demasiada casualidad para ser una historia real, Nicanor.
-¿No oíste aquello de que la realidad a veces supera la ficción, weón?
-Vamos a suponer que sí, cosas más raras se vieron, que dijo aquel.
-El caso po, es que el viejito vendó sus heridas y lo alimentó, primero con leche y sopa, y después con las sobras de la familia. Pasaron unos días, y una mañana en que el viejito llevaba su cuenco de sobras, Candado había desaparecido sin dejar rastro. El viejito se sentó un momento y recordó aquellos días que compartió junto al quiltro, al fin y al cabo no se puede evitar ese sentimiento de querencia, como el que tiene un niño que da pan mojado en leche a un pequeño gorrión que ha caído del nido hasta que un buen día lo tira al aire y éste echa a volar, ¿cachai? Un cierto sentimiento paternal, no fue mucho tiempo que estuvo sentado, claro, sólo fueron unos días los que Candado estuvo con la familia del viejito; luego se paró, tiró las sobras en la basura y salió a la calle a mirar el escalón de su casa.
(Federico hizo un gesto con el cuello de conformidad, como pidiéndole que siguiera con la historia).
Candado –continuó Nicanor- recorrió las calles del barrio y como un fantasma (y no me cabe duda de que algo de eso tenía), fue siguiendo los pasos de los boxers y sus recorridos cotidianos: los callejones donde buscaban comida entre los restos de basura de alguna casa pituca, sus paradas para discutir, sus amenazas y ladridos furiosos a otros quiltros de la zona y finalmente el momento en que los tres se despedían al anochecer y cada uno tomaba una dirección para ir a dormir a algún descampado o edificio en construcción. Llevó esa rutina al menos una semana para asegurar su plan y finalmente, en un día de lluvia intensa de esos que son raros en Copiapó –si es que fue Copiapó- Candado fue apareciendo en el camino de cada uno de ellos por separado (Federico imaginó la lluvia y los truenos de fondo, iluminando los colmillos en penumbra de Candado, su mirada fría, calculadora, como de asesino de cine negro que sabe que las tiene todas consigo y pensó en todos los adornos que estaba utilizando Nicanor y que probablemente ni existieran, si es que alguna vez existió el tal Candado, pero no dijo nada y levantó las orejas) y los fue matando uno a uno, destrozando sus cuellos sin compasión. A la mañana siguiente los niños se divertían tocando con palos los cuerpos inermes de los boxers, que alguien enterró juntos a un lado de la carretera. Y fin.
-Tarantino debería hacer un corto de animación o alguna cosa con esto, ¿no crees, Nicanor? –la sonrisa de medio lado de Federico dibujó un trazo de ironía.
-Lo último que escuché es que Candado se convirtió en líder de una banda de quiltros y que aún andan por Copiapó (si es que fue Copiapó, rió Federico), y que anda merodeando por allá, no sé, supongo que haciendo cosas de quiltro, mear en las esquinas, buscar comida en las traseras de las carnicerías, coger con quiltritas que hayan escuchado sobre sus historias, todo eso, weón.
Los dos perros llegaron a Plaza España y comenzaron a olisquear bajo las papeleras algún resto de sándwich que algún inglés o francés o alemán hubieran dejado por la mitad, antes que las palomas crearan un círculo que tuvieran que espantar a ladridos, mientras que justo debajo se movía a toda velocidad el metro que llevaba a un poeta que llevaba un libro que llevaba una página que decía

Me voy, le dije, no quiero que te sientas ejército de salvación en barrio pecaminoso. Me iré contigo, dijo Francine, y te haré grandes discursos en cada esquina, lástima que no vino la banda y no tengo folletos ni bonete con cintas. Vieja camarada, gran tonta. Así está mejor, dijo Francine, esta última ostra te toca a ti, no le pongas limón, ya tiene una lágrima


Y el Poeta hizo el gesto mecánico de llevarse la mano a la mejilla, pero no, no estaba llorando, solo la recordó otra vez y sintió un vacío que era aún más vacío en las profundidades de la tierra con caras ajenas que miraban intermitentemente a un lado o a otro como aquellos perros que se colocaban en las guanteras de los coches, vacío pero con el Libro de Manuel de Cortázar entre las manos, pensando en ese manual bienintencionado para hacer la revolución que aún era posible en ese París de los 70 en que vivió Cortázar entre otros muchos intelectuales latinoamericanos y que hoy es inviable, impensable siquiera pero qué bien que escribe este hombre, qué regalo, de estos que hacen que la vida merezca la pena vivirla y es que un libro de Cortázar, al menos el del Poeta así lo estaba, es una enredadera de páginas dobladas y de juegos y flirteos con la literatura. Cortázar. Literatura. ¿No es lo mismo?